La felicidad y el PBI

(Diario16, 6 de julio de 2013)

Muchos economistas tienden a mostrar una constante preocupación por el PBI. Sostienen que el PBI debe crecer a más de 6% o más de 8% o inclusive por encima de 10%, con el fin de reducir los niveles de pobreza y, de ese modo, aumentar el bienestar de la población.

Coincidimos en que existe una relación entre crecimiento económico y reducción de la pobreza. Las economías que han logrado mantener altas tasas de crecimiento en el largo plazo han logrado reducir la pobreza y garantizar una mayor cantidad de bienes materiales a sus habitantes. No coincidimos, sin embargo en que el crecimiento económico sea un objetivo en sí mismo del Gobierno.

Muchos economistas parecen haber olvidado que las personas no tienen como objetivo en sus vidas maximizar su creación de riqueza material. Como sostiene la teoría económica moderna, las personas tienden a maximizar su nivel de satisfacción, sujetas a una serie de restricciones. Sin duda, toda persona probablemente estaría encantada con que sus ingresos aumenten sin mayor esfuerzo, o sin tener que sacrificar ningún otro objetivo en la vida. Pero, lo cierto es que las personas tienen muchos objetivos en sus vidas, y aumentar su nivel de progreso material –aunque importante– es solo uno de sus objetivos.

La teoría económica establece que las personas tratan de maximizar su satisfacción personal o felicidad, la cual a su vez depende de su nivel de ingreso, de los precios de los productos que consume, de sus preferencias personales, entre otros factores. Algunas personas probablemente consideren que lo más importante en sus vidas es la cantidad de dinero que puedan obtener, pues ello les permitirá acceder a una serie de bienes y servicios. Otras personas, en cambio, optarán por una vida con menos lujos, con el fin de satisfacer necesidades no materiales.

Es importante mencionar estos elementos de la teoría económica moderna, porque ello nos permite entender que las personas no siempre serán más felices si el PBI crece más rápidamente. Y no serán más felices, si ese mayor crecimiento económico ha sido conseguido a través de una socialmente ineficiente asignación de los recursos. Es posible, por ejemplo, aumentar la productividad y el PBI de un país obligando a las personas a trabajar 16 horas diarias, aunque ello implique que pasarán menos tiempo con sus familias. En este caso, es claro que un mayor ritmo de crecimiento no aumenta la felicidad de las personas, pues va en contra de lo que ellas libremente habrían deseado y no refleja, por lo tanto, una asignación socialmente eficiente de un recurso valioso como el tiempo.

Existen muchos otros casos en los que el crecimiento económico no lleva a una asignación eficiente de los recursos; en consecuencia no lleva a un mayor bienestar de las personas. Es posible, por ejemplo, aumentar el PBI subsidiando la inversión, aunque ello devenga en distorsiones y una asignación de recursos que no refleje las preferencias de la población. Será asimismo posible aumentar el PBI, subsidiando el ahorro o gravando más el consumo con el fin de que se canalicen más recursos a inversión, aunque ello devenga en niveles distorsionados de ahorro y consumo. Y en el corto plazo, es posible aumentar el crecimiento del PBI, inyectando liquidez o aumentando el gasto público, aunque ello genere distorsiones que impliquen una ineficiente e insostenible asignación de recursos.

En todos estos ejemplos, el crecimiento del PBI aumentaría como consecuencia de una intervención estatal que devenga en una asignación socialmente ineficiente de los recursos. Solo si el crecimiento económico es producto de una economía de libre mercado –es decir, producto de una sociedad donde las personas actúen libremente, y donde el Estado proteja tal libertad individual–, tal crecimiento económico de 3%, 6% o 10% estará relacionado con el bienestar de la población.

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