Subsidios a la vivienda
(Diario16, 1 de junio de 2013)
Tiende a existir la creencia entre algunos que el Estado debe asegurar el
acceso a bienes considerados “necesarios”. Uno de esos bienes considerados
“necesarios” es la vivienda. Muchos consideran por lo tanto que el Estado debe
procurar tener metas de vivienda, es decir debe procurar incentivar que existan
más dueños de viviendas para así aumentar el bienestar de la población.
Hay varias razones en contra de que el Estado procure dotar de vivienda a la
población. El primer argumento es el del costo de oportunidad. El costo de
oportunidad de una decisión es el valor de la mejor alternativa posible. Si el
Estado decide asignar un subsidio a las familias más pobres del país para que
compren vivienda, habría que preguntarnos si eso es lo mejor que se podría hacer
con los recursos. ¿No preferirían las familias en pobreza extrema que les
aseguren alimentos antes que una vivienda?
El problema se agrava porque muchos de los programas de subsidio a la
vivienda están dirigidos a la clase media. Si hablamos, por ejemplo, de
viviendas que pueden costar más de 70,000 dólares, el subsidio probablemente no
estará dirigido a las familias en extrema pobreza de este país. ¿Debería
entonces subsidiarse la vivienda a la clase media cuando existen niños
desnutridos o niños que no acceden a educación básica?
Muchos dirán que no es cierto que el Estado tenga que escoger entre subsidiar
a pobres y subsidiar a la clase media, pues se puede “beneficiar a todos”.
Después de todo —así dirán— el Estado siempre puede aumentar impuestos. Lo que
olvidan es que un sol recaudado por el Estado es un sol menos para el sector
privado. Que el Estado recaude más, es decir que el Estado sea “más rico”,
implica que el sector privado obtiene menos recursos para consumo e inversión.
Ya sea dentro del aparato estatal o dentro de la sociedad, siempre será cierto
que un sol gastado en determinada actividad es un sol menos gastado para otro
fin.
Existe otra razón igualmente importante por la que resulta bastante
desacertado subsidiar la vivienda. Cuando el Estado otorga un subsidio para el
consumo de determinado producto, distorsiona los precios. Los precios de venta
de los productos subsidiados aumentan con respecto a otros productos, lo que
envía señales a los agentes de que es particularmente rentable invertir en dicho
sector. Si los precios relativos de las viviendas aumentan, entonces se produce
un crecimiento del sector inmobiliario motivado en parte por la política
estatal. No se trata de que las preferencias de la población realmente hayan
cambiado, sino de que el Estado a través del otorgamiento del subsidio ha
distorsionado los precios relativos.
La distorsión de precios relativos ciertamente genera un cambio en la
asignación de recursos. Los recursos de la sociedad se dirigen hacia el sector
cuya rentabilidad está aumentando. El boom inmobiliario se produce entonces, en
parte, porque los agentes responden al continuo aumento en los precios relativos
de viviendas. El grave problema con esta movilización de inversión es que dicha
movilización de recursos responde en gran parte a una decisión política, no a lo
que las personas realmente desean. La asignación de recursos entonces no es
eficiente.
Incluso si la sociedad no atraviesa por un período traumático de caída de
precios y si no se habla de burbujas especulativas, los subsidios a las
viviendas (como los subsidios a otros productos) son medidas que no permiten que
la sociedad utilice los recursos que tiene de la mejor manera posible. Los
políticos deben darse cuenta de los efectos de las decisiones que adoptan. Si no
lo hacen, seguiremos como país utilizando ineficientemente los escasos recursos
que tenemos.