Falacias ad-hominem

(Diario16, 17 de agosto de 2013)

Las falacias ad-hominem son argumentos que consisten en decir que algo es verdadero o falso según quién lo diga. Consisten, pues, en apelar a las cualidades o a los defectos de la persona que esboza un argumento. En la política, tanto en el Perú como en otros países, las falacias ad-hominem son bastante utilizadas, sobre todo para atacar a adversarios, con el fin de crear la sensación de que es falso el argumento expuesto por dichos adversarios.

Un clásico ejemplo de falacias ad-hominem es el de la supuesta “autoridad moral”. Si un funcionario es criticado por el mal uso de fondos públicos, el funcionario le responde a su crítico lo siguiente: “Usted no tiene autoridad moral para criticarme”, o “Recuerde que Usted también tiene acusaciones pendientes”. Con ese tipo de respuestas, el funcionario evita responder a la acusación, y trata de desautorizar al adversario para crear la sensación de que la acusación es falsa.

Pero las falacias no se utilizan solamente en casos de corrupción. Cuando un economista sostiene que es necesario reducir la planilla del Estado, las respuestas de algunos políticos son: “Usted debe tener dinero; por eso no se preocupa por los más pobres”, o “Usted no tiene sensibilidad social”. Tales políticos tratan, pues, de atacar a quienes proponen la reducción del personal, antes que enfrentar el argumento de si es o no conveniente mantener la misma planilla estatal.

En los últimos meses, quienes han osado oponerse a la mayor intervención estatal en el mercado educativo también han recibido ataques llenos de falacias. Si una persona se muestra en contra de la mayor regulación estatal a las universidades, entonces aparecen quienes le dicen: “Usted quiere educación buena para los ricos y mala para los pobres”, o “Usted defiende los intereses de los empresarios estafadores”. Quienes apelan al uso de falacias no tratan pues de discutir por qué la mayor regulación estatal es aconsejable o no, sino de que criticar a los adversarios con el fin de crear la sensación que la regulación es necesaria.

Las falacias vienen desde todos los frentes políticos. Hoy en día muchos apelan a la utilización del término “caviar” para desacreditar a quienes, teniendo dinero, proponen la redistribución forzada de la riqueza. “Caviares”, les dicen, “Ustedes dicen que defienden a los pobres, pero van a costosos restaurantes y matriculan a sus hijos en colegios caros. Son hipócritas”. Quienes atacan a aquellas personas de dinero con el término “caviar” no tratan pues de esbozar argumentos en contra de la redistribución forzada de riqueza -pese a que existen muchos argumentos- sino de atacar a quienes la proponen, con el fin de crear la sensación de que tal redistribución no debe llevarse a cabo.

Quienes apelan a desautorizar al adversario no exponen pues con argumentos sólidos por qué su posición es superior y ciertamente no facilitan el intercambio de ideas. Las falacias más bien constituyen un serio obstáculo para lograr un debate alturado.

Aún así, el uso de falacias ad-hominem es bastante generalizado, sobre todo entre los políticos. Y es generalizado quizás porque gran parte de la opinión pública responde favorablemente a este tipo de falacias: quien utiliza falacias termina emergiendo en las mentes de muchos como el ganador del debate.

Frente a ello, es nuestra responsabilidad llamar la atención del público. Debemos ser claros: las falacias ad-hominem no contribuyen de manera alguna con el debate. Las falacias van más bien en contra del contraste de ideas. Quien utiliza falacias probablemente no tenga deseo de participar en una discusión sana. Quien utiliza falacias probablemente esté más interesado en ridiculizar al adversario, engatusar a la platea, y ganar aplausos y votos creando la imagen –muchas veces falsa imagen- de que su posición es más sólida que la de sus adversarios.

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