La obsesión con el PBI
(Diario16, 31 de agosto de 2013)
Muchos economistas muestran la tendencia a preocuparse cuando el PBI (la producción total
del país) crece menos y alentar a que el Estado “haga algo” cuando el
crecimiento de la producción se desacelera. En las mentes de estos
analistas, parece que el crecimiento del PBI es el fin más importante de
la sociedad. Si el PBI crece en 6%, habrá que pensar cómo hacer para
que crezca en 8%; y si crece en 8%, habrá que hacer algo para que crezca
en 10%; y si crece en 10%, habrá que hacer algo para que crezca incluso
más.
Nos sorprende esta obsesión con el PBI que tienen muchos economistas. Y
nos sorprende porque, a diferencia de lo que muchos pueden pensar, la
teoría económica
no establece que la maximización del PBI sea lo mismo que la
maximización de la satisfacción de las personas. Desde mediados del
siglo XIX, importantes economistas (sobre todo Carl Menger) indicaron
que las personas toman decisiones en función de un concepto subjetivo
como bienestar. Es decir, las personas maximizan lo que los economistas
llamamos la función de utilidad. La teoría económica moderna no supone
pues que las personas tratan necesariamente de maximizar su nivel de
ingreso, sino su bienestar o su felicidad.
Dado que las personas (los miembros
de las familias de consumidores, los trabajadores, los dueños de
empresas, los inversionistas, los prestamistas, etc.) tratan de
maximizar su bienestar, la interacción libre entre ellas permite que los
recursos escasos con que cuenta la sociedad sean utilizados para
satisfacer las necesidades de las personas, según la valoración de cada
una de ellas. Si el Estado interviene en esta interacción libre entre
las personas, alterando la asignación de los recursos, entonces los
recursos no son asignados a la producción de bienes y servicios que sean
más valorados. Se produce lo que los economistas llamamos una
asignación socialmente ineficiente de recursos.
El PBI (como cualquier variable macroeconómica) es simplemente el resultado
de la interacción de las personas. En particular, cuando las personas
ahorran una mayor cantidad de recursos debido a que valoran más el
futuro, entonces a través de los mercados de fondos prestables lograrán
que la inversión sea mayor. Esta mayor inversión se traducirá en un
mayor nivel de producción de la economía. Producir más, sin embargo,
significa sacrificar más recursos hoy día para obtener más productos en
el futuro. Las personas no estarán siempre dispuestas a sacrificar
recursos hoy día bajo la promesa de un futuro mejor. Si ese fuese el
caso, entonces todas las personas trabajarían 16 horas diarias y no
pasarían un solo minuto con sus familias. Si fuese el caso que las
personas siempre están dispuestas a sacrificar el presente para obtener
un mejor futuro, entonces las personas nunca se endeudarían para
consumir hoy día.
Si el Estado interviene en los mercados con el fin de alcanzar una mayor
producción por parte de las firmas, distorsiona las decisiones de las
personas, es decir distorsiona las decisiones de los consumidores,
productores, trabajadores, entre otros. Esta alteración de las
decisiones de las personas no se produce porque los mercados necesiten
un ajuste, sino porque en la mentalidad de algunos, es simplemente mejor
que la economía produzca más.
Creer que el Estado debe siempre “hacer algo” cuando la economía se
desacelera solo puede ser explicado por un desconocimiento de la teoría
económica. Si los economistas siguen pensando que deben presionar al
Estado para intervenir cuando el PBI se desacelera, sin prestar mayor
atención a la asignación socialmente eficiente de recursos, entonces
sólo lograrán menores niveles de bienestar para la población.