Odría, Fujimori y el mito de la ventaja autocrática

(Gestión, 2 de enero de 2000)

Una de los tantos puntos en los que los economistas no logramos ponernos de acuerdo es en la conveniencia o no de la democratización del mercado político para lograr el ansiado crecimiento económico. Algunos economistas sostienen que las autocracias producen mejores resultados económicos que las democracias, al acelerar la aprobación de leyes vitales que incentivan la inversión privada y marginar a aquellos gremios empresariales y sindicatos de trabajadores que quieren materializar sus deseos a costa del resto de la sociedad. Otros, por el contrario, sostenemos que las democracias y, en particular, la desoncentración y descentralización del poder político favorecen el crecimiento económico por cuanto impiden la aplicación de políticas económicas según los intereses particulares del gobernante central.

Si uno revisa la historia política y económica del Perú, parecería que los hechos confirmaran las ventajas de los regímenes con sesgos autocráticos. Por ejemplo, los gobiernos de Manuel Odría (1948-56) y Alberto Fujimori (1990-2000), que se caracterizaron por violar la Constitución para permanecer en el poder, produjeron reglas de juego a todas luces favorables al crecimiento económico, sobre todo si las comparamos con las medidas aplicadas por los gobiernos que los antecedieron. Tanto el gobierno de José Bustamante (1945-48) como el de Alan García (1985-90), aparentemente más democráticos, aplicaron políticas populistas y excesivamente intervencionistas que aceleraron la inflación, desincentivaron la inversión privada, y generaron el estancamiento productivo.

Bastaría con recordar al gobierno de Juan Velasco (1968-75), sin embargo, para poner en tela de juicio el mito de la ventaja autocrática. La estatización de empresas privadas, los controles de precios y de importaciones y los crecientes déficits públicos en que incurrió el gobierno de Velasco nos muestran que la concentración del poder político también permite que las medidas económicas sean totalmente contrarias al crecimiento económico. Una primera conclusión que podemos extraer, por lo tanto, es que las autocracias permiten resultados extremos.

Es cierto que la concentración del poder facilita la promulgación de leyes favorables a la inversión privada y la competencia. Sin embargo, también permite que el gobernante central conceda una serie de privilegios y concesiones a grupos cercanos. ¿Debemos entonces correr el riesgo y concederle al gobernante central todo el poder político? ¿No es sumamente peligroso delegar todas las atribuciones en un Presidente que puede materializar objetivos personales contrarios a los intereses del conjunto de la sociedad? ¿Por qué suponer que el Presidente de turno es benevolente y sabio y que todas las medidas que aplique serán favorables a la sociedad que gobierna?

El panorama se muestra más contrario a las autocracias si profundizamos nuestro análisis. Si bien en los primeros de sus respectivos gobiernos, Odría y Fujimori aplicaron medidas que estabilizaron la economía e incentivaron la inversión privada; con el transcurso de los años, dichos gobernantes tuvieron que conceder una serie de privilegios con el fin de asegurar la estabilidad política de sus gobiernos. Odría estuvo presionado por militares reformistas que a mediados de siglo consideraban las políticas liberales como contrarias al país y favorables a los capitalistas de los países “poderosos”. Como consecuencia de esa presión, Odría tuvo que introducir cada vez con más frecuencia medidas populistas “reivindicativas de los derechos de los más pobres”. De manera similar, presionado por diversos flancos, es cada vez más difícil para Fujimori mantener un programa económico fiel a los preceptos del libre mercado y la competencia privada.

En consecuencia, luego de echar un vistazo a la historia política y económica del Perú, resultaría aventurado sostener que las autocracias producen mejores resultados económicos que las democracias. Las autocracias no sólo no garantizan leyes favorables a la inversión privada; sino además con el paso de los años fomentan comportamientos oportunistas de los gobernantes con el fin de mantenerse en el poder. El mito de la ventaja autocrática parece ser pues producto de una muestra estadística bastante limitada y poco representativa.

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