La monopolización del poder: el porqué del populismo

(Punto de Equilibrio, Año 7, No. 55, julio-agosto 1998)

En numerosos países, y particularmente en Latinoamérica, es común la aplicación de medidas económicas populistas, es decir medidas que tienen como fin elevar la popularidad del gobierno de turno a costa de graves desequilibrios macroeconómicos. Dado el daño que generan este tipo de políticas, es necesario el planteamiento de diversas medidas institucionales que restrinjan el comportamiento populista de los gobernantes.

Populismo, inestabilidad económica y subdesarrollo

Uno de los grandes peligros asociados a la presencia de gobiernos dictatoriales y, en especial, de regímenes pseudemocráticos –es decir, aquéllos en los que la participación ciudadana se reduce a la elección cada cierto período de años de algunas autoridades- es la aplicación de políticas populistas que buscan “incentivar” la demanda agregada a costa de graves desequilibrios macroeconómicos. Estas medidas pretenden supuestamente “favorecer al pueblo”, pero en el largo plazo sólo incrementan la pobreza sumergiendo a los países en el subdesarrollo.

En primera instancia, estas políticas populistas se manifiestan generalmente en fuertes déficits fiscales, muchas veces en vísperas de procesos electorales. Como consecuencia de ello, y ante la necesidad de financiar tales déficits públicos con emisión de dinero –cuando no hipotecan a las futuras generaciones con mayor deuda-, los gobiernos generan crisis cambiarias, inflaciones extremas y recesiones de distinta gravedad. En el largo plazo, la inestabilidad económica aleja a los inversionistas y el subdesarrollo se apodera de dichos países.

En Latinoamérica, fueron muchos los gobernantes que aplicaron este tipo de medidas. Juan Domingo Perón de Argentina, Salvador Allende de Chile, y Juan Velasco y Alan García del Perú representan sólo una pequeña muestra del inmenso historial de populismo latinoamericano. En el Perú, las medidas económicas de Alan García “incentivaron” la producción en los dos primeros años de su gobierno, a costa de destruir la economía peruana en años posteriores. Posteriormente, Alberto Fujimori también sucumbió ante la tentación de seguir este tipo de políticas. Su campaña reeleccionista en 1994 se tradujo en un mayor gasto público, el cual fue, en parte, la causa del sobrecalentamiento de la economía en 1994, lo que llevó posteriormente a un ajuste con el fin de evitar un rebrote inflacionario y un empeoramiento de las cuentas externas.

Contra las políticas populistas
Las políticas populistas tienen su origen en la falta de mecanismos institucionales que restrinjan y, en la medida de lo posible, impidan que el comportamiento naturalmente “egoísta” de los gobernantes afecte el desarrollo del resto de la población.

Algunos reconocen la necesidad de la independencia de algunas entidades tales como el banco central, con el fin de evitar el financiamiento de déficits fiscales con emisión de dinero. Además, es importante la existencia de partidos políticos de oposición y de medios de comunicación que denuncien, por ejemplo, el manejo irresponsable de los recursos públicos. Una mayor rendición de cuentas por parte del gobernante y un mayor control de sus acciones restringirán tal comportamiento.

Sin embargo, si la popularidad asociada a las medidas populistas sigue siendo elevada, será muy difícil mantener la independencia del banco central, y la labor de los políticos y de la prensa no tenderá a restringir dichas medidas. Por un lado, si la población apoya fervientemente estas medidas, el gobernante encontrará apoyo popular para la destitución de los directivos del banco central o, sencillamente, para modificaciones en la legislación que permitan un comportamiento populista. Además, si una medida es popular, existirán pocos políticos y medios de prensa “suicidas” que propongan lo contrario.

La solución parte, pues, de la comprensión por parte de la población de que incurrir en irracionales déficits fiscales y que, aún más, financiarlos con emisión de dinero o con excesiva deuda externa, es destructivo para una economía, la que debe apelar a la estabilidad con el fin de favorecer la inversión y el posterior crecimiento. Sin embargo, dado el manejo diario de las economías familiares por parte del público, no es difícil que la población comprenda que al igual que en el caso de las familias, en lo que respecta al estado, no se debería gastar más de lo que se obtiene como ingresos. El problema aparece más bien cuando el manejo de los ingresos y gastos del estado se aleja demasiado de las economías locales y regionales –centralismo político y administrativo–. En tales circunstancias, la mayoría piensa que el gasto público no tiene límites.
Gracias a la descentralización del estado, la ciudadanía reconocerá que el manejo fiscal es, a fin de cuentas, similar al manejo de las cuentas familiares pero a un nivel mayor. De esta manera, será menos probable que la población acceda a políticas populistas a sabiendas de que ello dañará sus economías en el largo plazo.

Además, el gasto del gobierno será más eficiente. No es absurdo pensar que las comunidades campesinas, por ejemplo, conocen las características geográficas y económicas de su región mejor que los burócratas del gobierno central. Serán menos frecuentes las grandes inversiones con rentabilidad social negativa que solamente benefician en el corto plazo la popularidad del gobernante central.

Será menos probable, también, la corrupción que siempre acompaña a las políticas populistas. Un manejo más descentralizado del poder público permitirá una mayor transparencia y una mejor rendición de cuentas de las intenciones y decisiones de los gobernantes. Gracias a ello, no sólo se evitarán comportamientos populistas, sino además el manejo oscuro de los recursos fiscales.

Hacia la liberalización del mercado político
Los mecanismos institucionales para restringir el comportamiento oportunista de los gobernantes parten de una descentralización de las funciones del estado, es decir de la destrucción del monopolio del poder central.

En este sentido, la liberalización del mercado político mejorará la calidad del gobierno. En lo que respecta a las políticas populistas, la descentralización del poder público permitirá que la población comprenda la necesidad de mantener los equilibrios macroeconómicos. De esta manera, el ejercicio del poder sí devendrá en un mayor bienestar social. Así, y sólo mediante estas medidas, será posible restringir las políticas que tanto daño le han hecho a América Latina y al resto del mundo.

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